Las 'Vacasquillas', proyecto de la Corporación Luis Eduardo Nieto, que fueron intervenidas por varios artistas por los 210 años de Barranquilla
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El mito y la memoria del territorio

¿Por qué a Barranquilla no la pudieron fundar unos campesinos galaperos encargados de cuidar unas vacas?, el gran interrogante sobre el relato pastoril.

Por Moisés Pineda Salazar

Un día cualquiera de los años 1970’s, conversando con un personaje de la ciudad acerca de lo que se contaba como verdad sobre la Fundación de Barranquilla y loque decían los escritos que estaban empezando a circular desde el Archivo General de la Nación y la Sociedad Geográfica de Colombia, desvirtuando aquellas certezas que se nos habían inculcado desde la más tierna infancia, aquel me dijo con desenfado:

- "Si a Roma la fundó un gemelo fratricida de dos que fueron amamantados por una loba, ¿por qué a Barranquilla no la pudieron fundar unos campesinos galaperos encargados de cuidar unas vacas? ¡Pas plus!" Ese incidente me impulsó a indagar acerca de lo que aquel argumento implicaba y concluí, con el paso del tiempo que,respecto de ese relato pastoril, la tarea a emprender no era la de usar el documento como recurso para calificar aquel relato como verdadero o falso, sino la de entender lo que en él hay de cierto, los significados de aquello que nos parece inverosímil y desbrozar los recursos literarios que le proveen coherencia interna a la narración y así, sin adornos ni distracciones, poder mostrar lo que en él hay de universal.

“A falta de documentación auténtica”, al igual que lo hacen José Ramón Vergara & Fernando Baena, entiendo “el relato de las vacas galaperas” como un producto literario, como una “tradición recogida por el Sr Don Domingo Malabeth”.

Es decir, invito a los lectores a entenderla como una obra de arte.

Imbricado como está lo artístico con la estructura social, abordo su análisis guiado por el principio según el cual “el estudio de la estética y de la historia del arte no puede ser la obra sino el proceso de circulación social en el que sus significados se constituyen y varían”.

Entonces, buscando establecer ese “proceso de circulación social”, empecé por preguntarme cuál pudiera haber sido la finalidad buscada con la estructuración de ese relato sobre la fundación de Barranquilla, su publicación y difusión en 1872 y, lo más importante, indagar por el significado del hecho de que hubiera sido acogido entusiastamente, y sin reservas, durante más de cincuenta años, antes de que las elites locales se dieran a la tarea de construir otras metáforas acerca de

Barranquilla su origen y su destino manifiesto

Desde el escrito anterior he venido refiriéndome a “las élites” sin ningún comentario aclaratorio acerca de qué es lo que entiendo como tales.

A estas alturas es necesario hacerlo y las describo como aquellos grupos minoritarios, relativamente homogéneos y estables, que por diversas razones, motivos o circunstancias pretenden imponer a las mayorías su visión del mundo, su ética y su estética.

Para los fines y objetivos de este trabajo, reconozco en los grupos de las dirigencias económicas, sociales y políticas de la segunda parte del Siglo XIX, que se disputan el ejercicio de esta función de preeminencia que se expresa en la producción simbólica del momento.

Aquellos años en Barranquilla, eran los tiempos de la predominancia de la tradición oral, de los periódicos, las revistas y algunos escrito de largo aliento que, como “Ingermina- La Hija de Calamar”- (1844), ”Viaje de O Drasil” (1893), ”Camila Sánchez” (1897), “La Historia de mi vida” (1902), “La desposada de una sombra” (1903), “A Fuego Lento” (1908), “Barranquilla, su pasado y su presente” (1922) “Cosme” (1927) entre otras, expresan las visiones que las elites tenían sobre el territorio, los juicios de valor, las costumbres, la economía y las nociones de belleza, en tensión, de esas épocas.

Dicho de otra manera, el antes mencionado relato, es un producto literario mediante el cual unas minorías ejercen “funciones propias de las elites y de sus contra elites” en disputa por alcanzar una posición de preponderancia económica, social, política, religiosa y cultural.

Haciendo la salvedad de que solo en la medida en que tales relatos se soporten unos significados que han asimilado previamente los destinatarios, es posible que el relato pueda ser entendido y, en ese proceso, lograr ese complejo de significados compartidos que llamamos “mito” que, en el propósito buscado, incluye la simulación y la manipulación, especialmente mediante la trasposición de los ambientes y el trastocamiento de los tiempos. Ello quiere decir que “su

dotación de sentido estará enmarcada por su develación ante un modo de realidad

histórico-cultural concreto. En otras palabras, el mito posibilita la interpretación de una realidad de forma comunitaria y no desde una forma solitaria del mundo” lo cual equivale a decir que, bajo esta manera de apreciarlo, el mito no puede circunscribirse a la noción de fábula o de leyenda, cabe más bien, dentro de la narración la figura de “metáfora” que permite una comprensión no lineal de lo ocurrido en la vida de una comunidad en la que se intercalan “hechos históricos concretos y apropiaciones culturales diversas”.

De esta manera, no es posible entender el mito en su literalidad. Es necesario adentrarse en lo que antes mencioné como “procesos de circulación social”. Sin duda que el planteamiento de Levy Strauss sobre el particular es iluminante: “(..)debemos aprehenderlo como una totalidad y descubrir que el significado básico del mito no está ligado a la secuencia de acontecimientos, sino más bien, si así puede decirse, de grupos de acontecimientos, aunque tales acontecimientos sucedan en distintos momentos de la historia.”

Desembocadura 1780 y de 1824

 

Desembocadura 1846 y 1930

 

Así pues, la finalidad de todo mito, especialmente los que llamamos fundacionales, es la de proveer a quienes participan de él, la idea de que provienen de una raíz común, que ocupan y viven un mismo territorio, que lo hacen de idéntica manera, bajo unas mismas instituciones y que por ello, han podido sobrevivir en él; que comparten una historia y un destino colectivos. Es lo que llamamos identidad cultural. El mito es, entonces, una forma de transmisión cultural.

Por estas razones, para que un mito fundacional pueda serlo, debe contener elementos que lo hagan creíble y que, explicando la experiencia colectiva, además, le dé a sus miembros razones para estar orgullosos de participar de aquella identidad compartida. De ser parte de un “nosotros”

De esta manera, al hacer el análisis del que seguiré llamando “El Mito de las Vacas Galaperas”, más allá del significado de la lactancia por parte de una naturaleza que es madre nutricia, que lo apareja con el Mito de Luperca, la Loba Romana, haré el esfuerzo de limitar el campo hasta donde sea posible hacerlo para no caer en digresiones que nos alejen del propósito inicial

Lo primero, que vamos a encontrar en ese relato que me permití transcribir en su totalidad en la primera entrega sobre este tema, es la forma y ocupación de la Desembocadura del Magdalena, un territorio que hoy aparece ante nuestros ojos luego de más de cuatrocientos años que tomó en transformarse naturalmente y de ser transformado por el hombre.

El Magdalena es uno de esos ríos que, por correr de sur a norte en los trópicos, en su desembocadura se dan formaciones sedimentarias denominadas “garfios litorales”. Por la fuerza gravitacional de la tierra, sus sedimentos van formando paulatinamente dichas “flechas litorales” hasta alcanzar una máxima altura sobre la lámina de agua adquiriendo el aspecto de “islas”.

Tralación de Bocas de Ceniza entre 17987 y 1920. Y perfil de Bocas del Río 1910.

A partir de esa condición de máxima elevación las corrientes empiezan a socavarlas gradual y constantemente hasta hacerlas colapsar. Los materiales generados, son arrastrados en sentido general noroccidente dando la impresión de que esas “franjas de tierra” se mueven frente al litoral en donde se “ancla” su extremo proximal.

Ese colapso es descrito en “El Mito de las Vacas Galaperas” como un “mar de leva”, de la siguiente manera: “Aquello fue un desastre, más aún, una catástrofe: el agua salada y la arenilla, habían matado todo principio de vegetación”

El mayor de esos Garfios Litorales que aún persiste es el de Galerazamba.

Otros, como Belillo- Isla de La Culebra- e Isla Verde, naturalmente colapsaron.

Son famosos esos “desastres” porque el primero arrasó consigo los avances del Ferrocarril de Bolívar que buscaba mayor fondo en el extremo de aquella “flecha litoral”. El segundo, que se había constituido en un elemento protector de la infraestructura portuaria de la Empresa Puerto Colombia, porque dio origen al mito urbano según el cual unas empresas extranjeras que estaban explorando petróleo, lo habían dinamitado. No hay registro de una denuncia de la existencia de hidrocarburos en aquel lugar de Tubará dentro del mar. Mallorquín, y otras Islas menores, pervivieron hasta cuando las obras de Bocas de Cenizas las hicieron desaparecer y el nombre de la Isla Mallorquín pasó a designar el nuevo cuerpo de agua que se formó cuando la lámina cubrió las que fueran tierra firme: Villalón, San Nicolás, Camacho.

De igual manera, y para entender la memoria del territorio que se guarda en esa narración, otras Bocas del Río Magdalena como las de Culebra y Sabanilla, nombres dados a dos garfios litorales que separaban las aguas del Río y del Mar, y que dieron origen a un “surgidero”o ensenada denominada “Sabanilla”, estuvieron ubicadas frente al Cerro de San Antonio.

En esa elevación estuvo localizada una batería de protección española del Siglo XVIII que defendía el acceso a Barranquilla y al país desde el mar y por el río, a través del Canal de La Piña. Esa batería de defensa alternativamente fue tomada por Pablo Morillo en 1815 y retomada por los Ejércitos Republicanos al mando de Mariano Montilla y de Luis Brion Detrox en 1820.

Sobre sus ruinas el Concesionario Esteban Márquez construyó la Aduana de Sabanilla, 1847, hoy conocida como Castillo de Salgar y que luego la Nación cedió con el muelle que hubo en ese lugar y demás anexos que allí operaron, a Francisco Javier Cisneros en 1879.

Continuará

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